En una ciudad donde la conversación sobre movilidad suele girar alrededor del Metro saturado, el Metrobús y las apps de transporte, hay dos sistemas que operan con una discreción casi sospechosa: el trolebús y el Tren Ligero. No tienen campañas de marketing, rara vez son tendencia en redes y muchos capitalinos los consideran lentos o “anticuados”. Sin embargo, para quien aprende a leer sus recorridos, estos transportes eléctricos pueden convertirse en atajos urbanos capaces de esquivar embotellamientos crónicos.
El trolebús es quizá el ejemplo más claro de eficiencia subestimada. Al circular por carriles confinados en buena parte de sus rutas, evita la lógica del tráfico mixto que paraliza a los autobuses convencionales. Líneas como la que corre por Eje Central Lázaro Cárdenas conectan el norte y el centro de la ciudad con una regularidad sorprendente en horas pico, cuando los autos apenas avanzan. Para trayectos laborales diarios, su mayor virtud no es la velocidad máxima, sino la constancia: el tiempo de traslado cambia poco entre un día y otro, algo casi imposible de garantizar en coche.
Existen también rutas menos obvias que funcionan como “líneas de rescate”. El trolebús que atraviesa Avenida Universidad, por ejemplo, puede ser una alternativa real cuando Insurgentes colapsa. Aunque no siempre sea el camino más directo, su operación eléctrica y paradas frecuentes permiten avanzar mientras el tráfico vehicular permanece detenido. En términos de movilidad cotidiana, llegar un poco más lejos pero en movimiento suele ser mejor que quedarse atrapado a dos cuadras del destino.
El Tren Ligero, por su parte, suele ser visto como un apéndice del Metro, cuando en realidad es una columna vertebral para el sur de la ciudad. Su recorrido entre Tasqueña y Xochimilco cruza zonas donde el automóvil pierde toda ventaja en horas pico. Mientras Calzada de Tlalpan se convierte en un estacionamiento, el Tren Ligero mantiene intervalos relativamente estables y una velocidad promedio constante. Para quienes se mueven entre Coyoacán, Huipulco, Tepepan o Xochimilco, este sistema es uno de los secretos mejor guardados del transporte capitalino.
Las “rutas secretas” no son clandestinas, sino mentales. Surgen cuando se deja de pensar en líneas aisladas y se empieza a combinar sistemas. Usar el trolebús para llegar a una estación específica del Metro menos saturada, o tomar el Tren Ligero para evitar un tramo crítico y después caminar, puede reducir drásticamente el tiempo total de traslado. Estos sistemas eléctricos funcionan especialmente bien para el último tramo del viaje, ese que suele volverse infernal en coche o taxi.
Otro factor clave es el confort relativo. Sin prometer lujo, tanto el trolebús como el Tren Ligero ofrecen viajes más predecibles y, en muchos casos, menos hacinados que otras opciones en horas pico. Además, al ser eléctricos, reducen ruido y emisiones locales, algo que se percibe incluso en la experiencia del usuario: menos vibración, menos arranques bruscos, menos estrés acumulado.
Que sigan siendo “olvidados” también es parte de su ventaja. Mientras nuevas líneas y sistemas concentran la demanda, estos transportes mantienen una eficiencia silenciosa. Aprender a usarlos no solo beneficia al usuario individual, sino que redistribuye la carga del sistema de movilidad en su conjunto.
En una ciudad donde el embotellamiento parece un estado permanente, el trolebús y el Tren Ligero recuerdan que la solución no siempre es nueva ni espectacular. A veces está ahí desde hace décadas, esperando a que alguien decida subirse y dejar el coche detenido en el tráfico.












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